Acabemos con la semántica de la izquierda
Recorriendo esta semana el pabellón de España en la Expo 2020 de Dubai me di cuenta hasta qué punto se puede ser imbécil en la vida. No sólo es de quinta, nada que ver con los de Alemania, Bélgica, Italia, Arabia Saudí o Estados Unidos por poner algunos de las decenas de ejemplos, sino que además constituye un monumento al espíritu progre de este Gobierno iletrado. El rosario de astracanadas es interminable. Lo primero con lo que se topa el visitante es con un paredón lleno de referencias al ajedrez en el que se hace ver que este ilustre juego es poco menos que un invento patrio. Debo ser un inculto redomado porque siempre he atesorado la convicción de que procedía de la antigua Persia.
El resto del pabellón, diseñado por un no muy conocido trío de arquitectos (Amann-Cánovas-Maruri), es un monumento a la idiocia made in Spain. Escasas referencias al Descubrimiento de América o a la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano y decenas de alusiones a que somos el país del mundo más sostenible, más igualitario y con mayor número de donaciones per cápita. Tal vez esta última sea la única y maravillosa verdad destacable de un recorrido anodino en el que lo único que se salva es el estupendo catering a cargo de una empresa llamada El Mandil y un continente que, sin ser la repanocha, nada que ver con el de Italia, Bélgica, Emiratos y no digamos Arabia Saudí, es notablemente mejor que el contenido.
El culmen de la memez llegó cuando paseando por el rácano pabellón me topé con una de las frases preferidas de Pedro Sánchez y demás pléyade de políticos socialcomunistas. ¿A que no adivinan cuál es? No prometo un premio para el que acierte porque seguramente me arruinaría, vamos, que acertaría todo quisqui. No hace falta ser un lince, tampoco haber ganado el Nobel, menos aún ostentar el título de doctor por Harvard, para colegir que se trata de la coletilla con la que nuestro todavía presidente del Gobierno empieza y termina todas sus alocuciones: “Todos y todas”.
Lo lógico es que uno de los ejes centrales de una muestra de España en una Exposición Universal sea el Descubrimiento de América
Casi vomito. Que lo único que tengamos para vender al mundo sea la semántica progre y nuestra supuesta primacía en políticas igualitarias es para mear y no echar gota. Ahora resulta que la Historia y el acervo de España se reducen a las gestas de Zapatero y Sánchez. Como si no existieran El Cid, Alfonso X El Sabio, Pizarro, Hernán Cortés, los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, El Escorial, Cervantes, El Greco, Velázquez, Goya, Picasso, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Severo Ochoa, Cela, Amancio Ortega, Severiano Ballesteros, Nadal, John Rahm, nuestros futbolistas, La Alhambra, nuestras costas, nuestro descomunal patrimonio histórico-cultural, nuestra Transición de la dictadura a la democracia, Ferran Adrià en particular o nuestra gastronomía en general. Por cierto: el exterior son una suerte de conos gigantes naranjas y amarillos, lo cual permite sospechar que se ha evitado el color rojigualda de nuestra bandera.
Lo lógico es que uno de los ejes centrales de una muestra de España en una Exposición Universal sea lo mejor que hemos hecho en nuestra historia: el Descubrimiento de América, adonde llevamos la cultura, la educación, las vacunas y donde pusimos racionalidad —la más avanzada de la época— donde antes había salvajismo y antropofagia. El problema es que estos iletrados que nos gobiernan se han apuntado a una Leyenda Negra que es más falsa que Judas y que expanden corruptos o sátrapas como López Obrador, Maduro, Pedro Castillo, el impresentable de Boric y aquí desde Iglesias y Monedero hasta Rufián pasando por varios socialistas como Iceta, Adriana Lastra o el mismísimo presidente.
Cualquiera sostendría visitando el cuartel general de España en la Expo 2020 que el resto de países del planeta, representados en su práctica totalidad en Dubai, fueran unas tiranías cavernícolas. Un calificativo que se puede atribuir sin dudarlo un segundo a ese Afganistán que tanto mola a la progresía patria, a cualquiera de los Emiratos Árabes, a Venezuela, a Arabia Saudí, a Irán, a China y un sinfín de participantes en la Expo Dubai 2020. Pero no a Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, Dinamarca, Noruega, Reino Unido o los mismísimos Estados Unidos, naciones que nos dan sopas con honda en igualitarismo de verdad y no de boquilla y que llegaron a la democracia entre 200 y 30 años antes que nosotros.
Lo que más me preocupa es que los españoles caigamos continuamente en la trampa de la semántica que nos tiende esta chusma
Dicho todo lo cual lo que más me preocupa no es que hagamos el ridículo por ahí o que este pabellón descaradamente ideologizado esté sufragado con nuestros impuestos, que también, sino sobre todo y por encima de todo que los españoles caigamos continuamente en la trampa de la semántica que nos tiende esta chusma. Y, por supuesto, la lectura reduccionista de una historia, la nuestra, que con sus claroscuros debería despertar nuestro orgullo.
Las palabras pueden parecer inocentes, de hecho, en abstracto lo son, pero esta tesis se disuelve cual azucarillo cuando hablamos del uso que les da el ser humano. Hitler convenció a uno de los pueblos más ilustrados sobre la faz de la tierra con el arma de la semántica y la propaganda de que había que exterminar a los judíos y asesinaron a 6 millones de personas. Stalin, Pol Pot, el serbio Milosevic y tantos otros perpetraron las mayores barrabasadas retorciendo y manipulando el lenguaje hasta extremos insospechados.
Yendo de lo particular, ese pabellón plagado de cartelitos progres, a lo general, voy a incidir en el cuasi interminable elenco de palabrejas que nos quiere incrustar en el cerebro y en la conciencia este Gobierno de la Agenda 2030, del pensamiento único, de la uniformización cultural en definitiva. Podríamos estar hasta mañana desgranando palabrejas pero haré hincapié en las más cantosas.
La primera de ella es “socialmente responsable”. El Ejecutivo que nos ha caído en desgracia la emplea para dividir a la ciudadanía en buena y mala. Socialmente responsables son, naturalmente, todos aquellos que comulgan con las directrices dictadas desde Moncloa. Una palabra trampa como Dios, el diablo más bien, manda.
El segundo palabro que cualquier español de bien debería quitarse del coco es “resiliente” o “resiliencia”, lo que todo la vida de Dios se ha llamado «resistente» o «resistencia» Basta con certificar que el segundo de ellos dio título al libro que, como la tesis, Pedro Sánchez no escribió —la autora es Irene Lozano— pero sí firmó: “Manual de Resistencia”. Leo lo que escribo y me vuelve a invadir el mismo asco que cuando se presentó hace casi tres años. Más que nada, porque nuestro primer ministro no es ejemplo de nada o, al menos, de nada bueno.
Socialmente responsables son, naturalmente, todos aquellos que comulgan con las directrices dictadas desde Moncloa
“Sostenible”. Ahora resulta que si vas en bici o tren en lugar de en coche o avión eres un tipo respetable y si osas contrariar estos designios eres poco menos que la reencarnación de Belcebú. Claro que los que deciden qué es sostenible y qué no viajan a Valladolid (180 kilómetros de distancia de Madrid) en un megacontaminante Airbus 310 de la Fuerza Aérea habiendo AVE o en Falcon a ver a The Killers en Castellón.
El cuarto término que debe olvidarse de pronunciar si no quiere hacer el juego a esta chusma es “inclusivo”. Un término que, básicamente, sirve a las feminazis del Gobierno para dictar fatuas sobre los rivales ideológicos. Eso sí: la respeto al 100% cuando se echa mano de ella para hablar de los derechos de las personas con discapacidad, ese elenco de españoles al que la Constitución tildaba hasta hace bien poco de “disminuidos”. Este último, el retoque del artículo 49, es uno de los pocos aciertos de la coalición socialcomunista y uno de los grandes errores de la oposición de derechas.
“Empoderamiento” es tal vez el que más asco me provoca, seguramente, porque se lo habré escuchado cientos de veces a esa analfabeta funcional que es Irene Montero y a un delincuente llamado Pablo Iglesias. Una palabreja fusilada de la inglesa “empowerment”, una de esas basurillas que desde Berkeley y Stanford nos lanzan al resto del mundo para hacernos comulgar con esas ruedas de molino que constituyen sus ideas retroprogres. Aunque, en realidad, quien más hincapié hizo en este concepto fue el marxista italiano Antonio Gramsci, ídolo de Monedero, Iglesias y demás quinquis podemitas.
“Visibilizar” es, nuevamente, otro truco semántico para conseguir que la ciudadanía actúe cual buen rebaño haciendo todo lo que se le pase por el arco del triunfo a la izquierda. Bueno, en realidad, extrema izquierda, ya que la socialdemocracia hace tiempo que pasó a mejor vida de la mano de un Pedro Sánchez aliado de etarras, golpistas y sicarios del narcodictador Maduro. Visibilizar pasa por conseguir que las minorías nos parezcan las mayorías. Ni más ni menos, ni menos ni más.
No podemos dejar que socialcomunistas, etarras y golpistas intenten moldear nuestro pensamiento a través de la semántica
Una de las más peligrosas es “normalizar”, otra prueba diabólica que emplean estos maquiavelos de la semántica para convertir lo ética o moralmente anormal en normal. Por ejemplo, ETA, una banda terrorista que hay que “normalizar” pese a que asesinó a 856 compatriotas, mutiló o calcinó a cientos, secuestró a decenas, extorsionó a miles y obligó a exiliarse a no menos de 250.000 vascos y navarros. Fue inicialmente empleada por Otegi y su banda de asesinos pero rápidamente la hicieron suya Iglesias, Junqueras y, naturalmente, Pedro Sánchez.
¿Y qué me dicen de “identitario”? No hace falta que me respondan, se lo aclaro yo. Cuando la emplean ellos es positiva. Los independentistas la aman. El objetivo no es otro que subrayar una identidad que jamás existió. Sensu contrario, echan mano de ella para referirse a quienes no participamos ni vamos a participar nunca de esa gran mentira que supone asegurar que Cataluña fue una nación hace tres siglos o que el País Vasco es una cultura perseguida desde tiempos ancestrales. Somos “identitarios” y “nacionalistas españoles”.
En fin, que va siendo hora de que digamos ¡hasta aquí hemos llegado! a ese pensamiento único que la izquierda nos intenta imponer a machamartillo a través de una retórica que, en contra de lo que pueda parecer, sí cambia la historia. No hablo del “todos, todas y todes” de Irena Montera porque la ciudadanía ya se ha encargado de descojonarse convenientemente de ella situándola al mismo nivel que un bufón, bufona o bufone o como carajo se diga. Aunque manda huevos que nos intenten tatuar en el cerebro conceptos como “cónyuge supérstite gestante”, que en realidad es una viuda; “progenitora gestante” para referirse a una embarazada; “cónyuge gestante” para aludir a una madre; o “no binario” para lo que toda la vida de Dios se ha denominado bisexual.
El alcalde de Madrid dio toda una lección esta semana al pegar un puñetazo en el tablero de la corrección política diseñada por la izquierda. “Almudena Grandes no se merece ser Hija Predilecta de Madrid”, apuntó en OKDIARIO dinamitando todo el consenso progre y robando la cartera a unos carmenitas que a cambio de un par de migajas le aprobaron esos Presupuestos que Vox se negaba a refrendar. Todo esto es eso que Cayetana Álvarez de Toledo bautizó, al más puro estilo anglosajón, como la “batalla cultural”. En el PP se echan en falta más actos de valentía, decencia y ética como el de Pepe Almeida o Álvarez de Toledo. Estremecido me ha dejado la apuesta del que, afortunadamente, seguirá siendo presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, al que se le llenó la boca hace días de “Agenda 2030”, “sostenibilidad” y “verde”. Olvidando que cualquier ser humano de bien quiere proteger el planeta. No podemos dejar que socialcomunistas, etarras y golpistas intenten moldear nuestro pensamiento a través de la semántica. Las palabras, como las armas, las carga el diablo. ¡Basta ya!